Círculo, Meditación, Oración y Duelo

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Estos días estoy explorando y re-descubriendo el poder de la oración.
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Durante 23 años de mi vida fui una practicante del catolicismo siguiendo todos sus rituales y ceremonias.
Amaba cantar en la misa.
Esa era mi forma más profunda de oración.
Sentía como está voz tan grave y fuerte, que durante años me resultó incómoda e inadecuada, se elevaba en la amplitud y acústica del templo y me ayudaba a sentirme más grande y conectada con algo que ahora conozco y entonces apenas intuía.
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Con el tiempo fui dejando la práctica y poco a poco fui abriendo otras formas nuevas de sentir esa conexión.
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La meditación irrumpió en mi vida una noche de lactancia con mi hija de 13 meses.
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Llevaba mordiendo la teta un buen tiempo y yo había recorrido muchos espacios y grupos buscando soluciones.
Al fin en medio de los sesiones de terapia comprendí el significado profundo de esa mordida y supe que continuar era un deseo enorme para mí y que necesitaba trascender el miedo al mordisco sorpresivo mientras limpiaba mi espacio interno.
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Una noche con mucho miedo a que me mordiera, algo adentro simplemente me mostró la forma.
Lentamente me fui poniendo en posición de loto apoyándome en la cama.
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Comencé a respirar cada vez más lentamente y poco a poco fui visualizando una Gran Diosa Madre (ahora sé que era Kwan Yin) que me llenaba de luz que penetraba por mi coronilla y que me atravesaba.
Por mi leche manaba no solo el dulce alimento sino también esa luz que venía del cielo.
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Primero sentía miedo, pero poco a poco mi hija iba estando más serena y yo también.
Esa fue la primera de muchas de estas visualizaciones, parte de mi proceso de continuar una lactancia que duró cuatro años y tres meses.
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Así comenzó mi práctica meditativa que ha ido fortaleciéndose al punto de que casi puedo meditar en cualquier espacio, haya ruido o no.
Medito caminando, medito bailando y medito mucho en silencio con el sol entrando por mi ventana.
Medito con mi hija por las noches de formas sencillas, medito en cada sesión que abro con un consultante.
Es parte de mi.
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Estos días he vuelto a la oración compartida del Santísimo Rosario.
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Acompañar a mi madre en su duelo ( y acompañarme a mi en el mío) nació en espontáneo aunque ya no me acordaba cómo se rezaba exactamente.
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Fue desempolvar el Rosario heredado de la abuela española Teodora que llevaba colgado en la entrada de nuestras múltiples casas 11 largos años y comenzar esta práctica.
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Virtual.
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Con un grupo de mujeres y hombres unidos en único propósito: acompañarnos y recordar con amor a un Ser que Amamos y encontrar consuelo, alivio y aceptación.
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Está siendo pura Medicina.
En estos dos días no sólo he descubierto el poder de la oración sino que he visto lo que tantas veces he leído:
Que el Rosario es una práctica meditativa que invita al silencio que da lugar suave y dulcemente a que el dolor y la tristeza broten sin drama, sin culpa.
Y que allí, entre lágrimas, todos nos sostenemos por el poder el Círculo y del Amor.
Ese Círculo tiene también Meditación y Poesía y risas, anécdotas y lágrimas.
Arropo, abrazo y recuerdo.
Sanación y palabra.
Nunca me imaginé guiar un círculo de mujeres y hombres muchos de ellos mayores de 70 y 80 años.
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Y aquí estoy, sostenida por el poder del Círculo, abrazando y dejándome abrazar.
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Duermo serena y veo la serenidad en el rostro de los que me acompañan.
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Mi padre Gran Maestro me enseñó desde el día de mi nacimiento y mucho más allá de su partida.
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Bendecido Sea.
Y Bendecida sea la Magia del Círculo.
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Andrea Díaz Alderete
Consciencia Madre
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15 de Octubre de 2020

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©Todos los contenidos de esta publicación son propiedad intelectual de Andrea Diaz Alderete y Consciencia Madre. www.conscienciamadre.com.

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