Hoy mi amado compañero me ha dicho algo que jamás me había dicho así de claro.
Me ha recordado lo comunico siempre en la consulta:
«La madre es el centro emocional del hogar»
Qué un niño crezca sano emocionalmente, sostenido y seguro depende mucho de que su madre se ocupe de su propio espacio interno, de que su madre limpie sus dolores y se dedique a vivir en plenitud.
No depende de las horas con el hijo al lado.
De dar la teta o no.
De trabajar fuera o no.
De juguetes de madera, de televisión, de comida vegana y rabietas y el libro de crianza respetuosa de moda y todas esas excusas que nos buscamos para no ocuparnos de lo único de lo que si podemos: nosotras mismas.
No, no depende de todo eso.
No.
Depende de un hecho profundo y rompedor que es la Confianza en el Camino.
Es el hecho de no decaer ante un síntoma (físico o emocional) que habla de algo profundo en nuestra vida y en la de tu hijo.
Y de descubrir qué tiene que ver eso con nosotras, que sí, puede ser difícil, pero también profundamente revelador y sobre todo liberador.
Que es cierto que hay situaciones en las que hemos de abrirnos al dolor, pero que también es fundamental la compasión, la certeza de que estamos caminando y viendo y reconocer con amor que esto somos Hoy.
Confianza en que con el tiempo aprenderemos a acompañarle, y a acompañarnos y que no será por arte de magia que las cosas se resolverán, pero que si buscamos lo suficiente y sin obsesión (lo cual es vital) adentro nuestro, las cosas irán desanudándose.
Es como si el sendero aparece en cada paso que das, pero no hay camino, excepto el que se abre ante nosotras con nuestra confianza.
Yo tengo un compañero de crianza y de vida impresionante.
Tan grande es que en muchos momentos he sentido que él era el responsable de que nuestra hija estuviera feliz y sana.
Y desde luego eso es verdad…
En parte.
Durante años mis propias creencias me gatillaban que yo no era suficiente, que si no fuera por este padre estaríamos perdidos.
Y en parte es verdad…
Pero en esa ecuación yo me disolvía.
Yo sé que mucho de lo que un padre puede hacer por un niño pasa por el mundo que la madre abre.
Que la madre permite.
Que la madre sostiene.
He sido una madre insoportable y demandante con su compañero.
Aplastante a veces.
Pero he tenido la dicha de tener un hombre con las ideas bien puestas.
Fuerte y seguro, absolutamente confiando en la capacidad e intuición de nuestra hija.
Algo que ha sido importantísimo en mis momentos de debilidad.
No se ha dejado doblegar.
Hemos discutido a fondo la crianza de nuestra hija.
Nos hemos abierto a escuchar la opinión del otro, aunque fuera dolorosa, a recibir la crítica y a abrazar la verdad que se escondía en ella.
La capacidad de autocrítica ha sido fundamental.
Y luego de eso…
La compasión.
Y no hemos cedido en el empeño de que ella esté mejor, aún a costa de nuestra propia co-dependencia enferma que de pronto se transformó en amor y en libertad.
Nos hemos tenido que liberar.
Decir lo que pensábamos
Aún a riesgo de perder el amor del otro.
De que el otro nos deje solos como niños desamparados.
Nos abandone.
Tengo la suerte de que mi hija eligiera un padre con la energía suficiente para sostenerla, sostenerme y sostenerse.
Y dejarse y dejarme caer también.
Ese hombre ha sido y es fundamental en la vida de ella.
Pero nada de eso hubiera sido así
Si mi energía maternal no lo hubiera permitido.
Si la madre patriarcal y omnipotente que me habita hubiera decidido sobre todo y todos.
Si hubiera indicado y dado órdenes sobre la vida de la niña sin límites.
Si hubiera querido un soldado en lugar de un compañero.
Si de tanta fuerza finalmente le hubiera expulsado, para luego ahogarme.
Si patriarcal como soy al ir en búsqueda de mi deseo, no se hubiera colocado él a sostener los lugares que yo no quería o podía, en lugar de salir corriendo.
Para tener un compañero hay que permitir al hombre que llevamos al lado SER un compañero.
Sino podemos tener un soldado.
O un padre desentendido saliendo al afuera.
Puede que sea un padre que nos tolere, que nos atienda, una madre más bien, que se desviva o pase de nuestras inquietudes infantiles, pero no, eso no es un compañero.
Hoy por fin veo que MI trabajo profundo no he dejado de hacerlo ni un minuto.
Me he tenido que enfrentar a la mayoría de mis fantasmas.
Y cada vez que me he ido he vuelto.
Y la prueba de que volvía la veía en la disolución de un conflicto, un síntoma un algo que finalmente nuestra hija podía soltar.
Algunos de esos síntomas han durado años.
Pero se han ido soltando.
Y con ello he ganado en esencialidad.
Hoy ese hombre me ha hecho un regalo.
Adentro yo siempre sentía que si nuestra hija no hubiera tenido ese padre, hubiera sido desdichada.
El me recordó que tiene una hermosa y noble tarea, pero que
Nuestra hija tiene UNA MADRE
Conectada
Qué se desconecta
Qué a veces se enoja
Pero millones de veces es una dulzura.
Y que no deja ni un instante de sentirse su madre sobre todas las cosas.
Que aún cuando el deseo más profundo la arranca de este mundo y la pone a fantasear, es su amor de madre lo que la trae de vuelta.
Hoy me he devuelto a esta ecuación de la que nunca estuve afuera aunque mi mente así lo pensaba.
A este tándem maravilloso donde hemos acompañado a esta niña y nos hemos acompañado a Ser más auténticos.
Donde veo con claridad ahora el rol de cada uno y lo bendigo y reconozco.
Gracias a mi amado Alberto
Por regalarme algo tan grande hoy.
Por reconocer mi labor
Invisible según yo, hasta para mis ojos.
Me he quebrado en un llanto profundo al escucharlo.
Un dolor grande se había quedado ahí adentro al creerme «no tan Madre».
Y ese dolor rompió en llanto ahogado, como si hubiera estado encerrado en la cueva más profunda del «No soy suficiente».
En ese instante mi hija se despertó y vino a preguntarme por qué lloraba.
Le he dicho:
«De alegría hija,
De alegría»
Me duermo ahora feliz y sintiendo
Que sí.
Que YO SOY la madre de mi centaura.
Soy yo.
Andrea Díaz Alderete
Consciencia Madre
Foto: Ser luz y Ser nido
@consciencia_madre