El patriarcado ha grabado a fuego durante años y años en el inconsciente colectivo la creencia profunda de que hemos de Dominar o Ser Dominados.
Las mujeres no hemos quedado afuera de este sistema tan violento. Al contrario, somos parte activa de la transmisión de semejante creencia que se sostiene por miles de años de dominación.
Generaciones de mujeres nos dividimos entre nuestro deseo y el deseo del otro.
YO domino con mi Deseo o el Otro me Domina con Su Deseo
No pueden coexistir dos deseos, no podemos con este sistema interno abrirnos y unir los deseos que habitan a los seres que conforman este hogar para fluir juntos.
Es inconsciente, efectivamente ni nos lo olemos hasta que alguien sale disparado de este territorio que somos.
¿Y quien sale hacia afuera?
Depende, depende de nuestra propia Biografía, de nuestra historia, de cuánto podamos sostener, de cuánto somos capaces de cargar, de cuán acostumbradas estemos a atender nuestros propios deseos, o de cuánto seamos de tapar nuestros lugares y entregarnos al deseo del otro.
Y en el territorio de la maternidad se trata de dos campos que no son solamente emocionales. Es todo un campo energético el que me conforma como madre. El campo donde YO SOY, donde me habito, donde estoy presente. Y con ese campo coexiste el campo energético de mi propio hijo, que nacido del mismo territorio físico comparte el territorio emocional.
Pero llega un día en que las mujeres adultas que somos, hijas del patriarcado y sin tener consciencia de cómo obramos y nos manifestamos, empezamos a sentir incomodidad, sensación de estorbo, necesidad de espacios propios, necesidades al fin.
Y alguien tiene que salir, dos deseos, dos campos no pueden coexistir para la lectura de nuestro viejo (antiquísimo pero en uso) disco duro.
Y en general sale el que es más incómodo:
–El hijo único que se queda afuera porque estorba en mi nuevo proyecto personal.
-El deseo que llevo guardado adentro por años y años y que ahora siento que puede salir a volar pero que queda guardado y cubierto de frustraciones en post de la crianza de mi hijo (y habría que preguntarse si es consciente esta crianza donde mi hijo es cargado por esta mamá que soy deseosa de estar en otro lugar).
-El hijo mayor que incomoda con su propio deseo y me saca de un territorio confortable que he encontrado con un segundo o un tercer hijo.
En mi casa a mi hija le ha tocado quedarse fuera.
La he expulsado yo.
Yo sabía que podía pasar;
viniendo yo de un territorio de expulsión
mi pulso sería sentir que no puedo coexistir con el deseo de un otro,
que uno de los dos tiene que estar afuera.
Y aún sabiéndolo ha ido sucediendo desde lugares inimaginables.
Mi hija ha ido quedando marginada de mis lugares más amados; puesto que yo no he sabido acompañarla ni acompañarme a transformar este espacio tan bello en un lugar fluido desde donde volver a la maternidad, al Yin profundo. Y desde ese Yin ir retornando blanda a acompañar a las personas que acompaño sin que ella sienta que me pierde.
Y yo ya sabía que sucedía pero no hacía nada.
Entonces empezó a pedir con fuerzas.
Cuando la tolerancia a la separación había sido sobrepasada lo ha gritado con toda la potencia de su voz, lo ha dicho de todas las maneras posibles y con tanta intensidad que me (nos) ha hecho detenernos a mirar y re-mirar qué sucedía, en qué lugar ella no era vista si estábamos acompañándola y presentes en tantos lugares (eso pensábamos).
Y he tardado en darme cuenta; incluso después de darme cuenta no podía volver a habitar nuestro espacio común.
Tanto miedo había juntado, a su propio rechazo, a que no me permita ella ahora entrar a ese lugar que había construido con su padre, a quedarme fuera. Ay dios si es que el escenario siempre manda.
Así que me ha tocado ser la adulta
y aprender a atravesar el miedo a ser rechazada.
Quedarme firme en la certeza de que
mi hija me ama con todas sus fuerzas
y que nunca deja de hacerlo,
que su amor es absolutamente incondicional.
Eso me ha abierto el camino.
Me ha permitido romper todos los procesos mentales
que me invitaban a seguir separada.
El amor siempre une.
Hija de mi corazón, allá en el destierro qué sola te habrás sentido.
Qué inexplicable para tí el sentir a una madre cálida y amorosa y blandita para después dejar de sentirla o tenerla a trozos.
Cuánto lo siento hija de mi corazón, cuánto siento no haber podido estar, haberme ido con toda mi fuerza a favor de un deseo tan profundo y no haberte podido hacer parte.
Lo siento
Ahora vamos construyendo algo nuevo, nos estamos experimentando en esto de fluir de un lugar a otro. Máxima flexibilidad, entrega absoluta a lo que nos toque en cada día. Sostener necesidades de ambas, hablar y sentir, sobre todo sentir cuanto podemos, cuánto no podemos.
Y vamos aprendiendo.
Y es que Hija estoy aprendiendo a ser la madre que puede hacerse cargo de su deseo y disfrutar a pleno y a hacerte parte de ese disfrute para que en tu territorio si convivan los dos deseos, para que no sientas que tienes que dominarme para que esté a tu lado, ni someterte por que yo me vaya.
Vamos construyéndolo hija, tu padre y yo lo construimos día a día.
Gracias por tu guía infinita y sabia.
Gracias por no rendirte, por no adaptarte, por no bajar el tono y someterte y por seguir exigiendo lo que te corresponde por derecho propio: el amor de tu madre.
Gracias Hija, Gracias.
Andrea Diaz Alderete
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