Así sonó la interrogación de una querida mujer en la consulta del viernes cuando le dije: «bueno esto ya es un divorcio consciente».
Y es que el divorcio también requiere de la profunda consciencia de lo que somos, de lo que hemos sido, de cómo nos hemos construído como identidades y también como parejas.
Un divorcio no tiene por qué ser un lugar de lucha o de victimismo, un lugar donde se abran y se resquebrajen las heridas y finalmente los niños queden desamparados en medio de las peleas entre papá y mamá, u observadores y aprendices de la batalla que se encarna, de la violencia que somete o de la que se deja someter y llora por los rincones.
No, un divorcio puede ser simplemente (y no es nada simple) la separación del acuerdo sexual de una pareja.
La familia no se termina, no tiene por qué.
La familia es ese lugar de hogar que seguimos construyendo el hombre y la mujer que soy.
El hombre que me ha acompañado años de mi vida que conoce mis penas y mis alegrías, mis dolores y mis oscuridades.
Que ha compartido cama, muertes, nacimientos.
Es una parte de nosotras que se pierde para dar lugar a otra cosa nueva.
Una muerte
Un nacimiento.
El nacimiento de una nueva vida, una vida en dos casas.
Me gusta pensar en dos casas unidas por un pasillo por donde los niños puedan circular libremente sin limitaciones. Donde las puertas estén abiertas también para los padres, donde nada se acabe sino donde todo se amplíe.
Primero en espacio
Luego quizás en nuevos miembros
Que presten su energía a abrir lugares nuevos para nuestros hijos.
Un divorcio consciente es posible, por supuesto que sí.
Un recorrido profundo por nuestras heridas, el reconocimiento de nuestras reacciones y la deposición de las armas para abrir el corazón.
El corazón que se compadece de esta que soy, que ha luchado con toda su energía y también con su violencia para sostener este espacio común.
Y también la compasión por el otro que ha hecho algo de lo mismo.
Llegar a ese espacio amoroso requiere de un profundo encuentro con nuestra oscuridad para sacar lo más precioso que llevamos dentro.
Renunciar profundamente a la violencia, en pos de nuestra calma, de la seguridad de un hogar compartido en dos casas, de una Hogar con mayúscula para nuestros pequeños.
Renunciar a las violencias para seguir siendo parte en amor de la otra persona.
Aunque ya no seamos pareja.
Se me han humedecido muchas veces los ojos, me ha atravesado muchísimo la emoción este viernes, al escuchar a esta mujer, agua exquisita y profunda, que lleva trabajando en todos sus lugares con presencia y constancia, haciéndose cargo de su existencia; escucharla hablar de este camino que de guerra ha transmutado en acuerdo amoroso.
Me he conmovido en ver como la fuerza del amor sale de los corazones.
Y que cuando eso sucede, el otro que no tiene contra quien pelear, también acompaña y deja escapar un rayo de su propia amorosidad al encuentro de algo más grande y más bello.
Un divorcio consciente es posible.
Requiere sólo la disposición al amor y a la deposición de las armas.
La disposición a amar con el corazón abierto y a rendirse al hecho de que este compañero/a que tenemos frente, ha hecho lo mejor que ha podido, igual que nosotros.
Que su propio personaje también le ha separado de su Ser, como a nosotras.
Es un lugar que en lugar de guerra puede ser:
Exquisito
Bello
Amoroso
Consciente
Y de apertura a lo nuevo…
Te acompaño
Andrea Diaz Alderete
Consciencia Madre
Gracias a los bellos seres que acompaño que me permiten ser testigo de territorios nuevos, alas desplegadas y corazones abiertos. ¡Gracias!!!!!
Ilustración: LLuvia (tristeza) de la mano de mi Hija.