La vida y la muerte en un mismo momento. Muere la mujer que hemos sido, nace un bebé pero también con nace con él la mujer que podemos llegar a ser.
La transformación está disponible para ser vivida, sentida, explorada.
Parir sintiendo, parir viviendo ese momento, conectada con el adentro.
Con ese vibrar y palpitar interior que nos transporta a otra dimensión. Es sexualidad pura, pero sexualidad en formato femenino, de esa que muchas mujeres no conocemos. La misma que hace falta para amamantar durante años a una criatura sin sentir los vaivenes del tendría/debería o la exigencia. La que permite transformar tu cuerpo en el lugar de exploración de tu hijo para que viva su propia sexualidad. Sexualidad sin represión, sin máscaras, sin corazas.
Es una experiencia animal, íntima y profunda que requiere de una enorme preparación emocional, conocer de nuestras corazas y poder desprendernos de ellas, sentir al bebé y no perder la conexión con él, olvidarnos de lo que sucede afuera.
Aún con todo lo bonito que sabemos del parto, la gran mayoría de las veces los partos no son lo que esperábamos. Sólo hay que entrar a las web especialistas en el tema para leer las historias de las mujeres que han atravesado este proceso y se han quedado sorprendidas de lo que se han encontrado.
Y es que parimos como vivimos.
Si somos soldados obedientes, o paquetitos cerrados. Donde el deseo se ha quedado bien adentro. puede que terminemos anestesiadas, cortadas, con partos largos y sintiéndonos víctimas de ese otro que nos ha impuesto este parto (el médico, la matrona, el sistema, incluso el marido) A veces hasta deseamos que venga mamá y nos saque de las garras de la matrona.
Si provenimos de infancias muy crueles de muchísima violencia, y nuestra máscara se ha conformado en medio del desorden, los partos pueden ser verdaderos lugares de sufrimiento, de horror. Miles de horrores infantiles condensados en un único momento. Tal como hemos vivido la infancia. Muchas veces no podemos más que desconectar y terminar cortadas y sin posibilidad de entender el horror que nos habita. Por supuesto el bebé se queda en medio del desorden y sin nadie que le explique lo que le sucede.
Otras mujeres nos hemos construído desde la oposición, desde la violencia. Hemos conformado personajes activos, donde peleamos por lo que necesitamos, batallamos. Nuestro parto será así, un terreno de batalla, que nos sacará de nuestro lugar emocional más intimo, el que necesita nuestro bebé.
Para cada máscara un parto.
¿Es acaso posible el juicio cuando entendemos que somos el resultado de nuestras historias y lo que hemos podido hacer con ellas? Somos todas una única herida sangrante que intenta sanar. SOMOS UNA.
Muchas veces el parto ha sido sufriente, aterrorizante, desconectado; es tan insoportable la experiencia y de tanta violencia que muchas madres quedamos sin la capacidad de conectar. Por tanto traemos a la luz nuestros mecanismos de supervivencias. El personaje, la coraza aparece cuando estamos en peligro, cuando olemos una situación tan profundamente conocida (por vivida en la infancia), que hemos de rearmarnos para sobrevivir, para no morir en el intento.
A veces no registramos el nivel de maltrato del parto porque venimos de infancias tan violentadas, que lo hemos normalizado. Es normal pasar por este sufrimiento (que no dolor) si así he vivido siempre. No hay nada extraño en este evento, simplemente doy al off y ya está.
Y así desconectadas, con el instinto de supervivencia activo, es difícil que aflore el instinto maternal. Algo que está guardado dentro, junto a la loba salvaje que PUEDE parir. Si la loba no salió y fue tapada por la máscara conocida para no SENTIR, entonces el INSTINTO MATERNAL se queda guardado.
Muchas mujeres no reconocemos a nuestros hijos como propios. Otras quedamos tan dolidas, traumatizadas, insoportablemente sorprendidas, que no podemos tomar a los niños en sus brazos. Y esos momentos son tan importantes para este bebé. Muchas estamos tan agotadas que preferimos que los niños duerman en el nido. Fijaros como la loba se durmió, y cuando la loba se duerme, el niño pierde. Pierde desde el primer momento la calidad de amor, de contacto, de caricias, de tibieza, de leche tibia, de “eres bienvenido y te amamos, no temas” que espera recibir.
Parimos como vivimos. Y como el vivir es un lugar externo, vivimos desde el afuera en automático, así vamos al parto. Muchas veces con una cuota enorme de fantasía, otras tanto preparadas a fondo físicamente pero no emocionalmente. En muchos países como en Argentina que es donde yo he nacido, las mujeres directamente eligen la cesárea. No es una imposición médica es una elección, fruto de la enorme desconexión de toda una generación de mujeres criadas ya por mujeres desconectadas que desconecen su propia historia, que viven la sexualidad en formato masculino, y que no se animan a explorar el lugar más sexual posible en la vida de una mujer.
Sin embargo hay otras mujeres y otros partos.
Esas son mujeres que después de un proceso interior profundo han ido desenmascarándose. Su conocimiento del mundo interior y sutil que les habita les otorga herramientas para saber que es la mente la que se está metiendo en el parto, que su lado más animal no puede salir mientras la mente esté armada. Y pueden conectarse cada vez más con la verdad que las habita y por tanto parir desde adentro.
Otras mujeres que trabajan con su esencia femenina durante años, que conocen sus ritmos, que vibran con su cuerpo, que exploran toda su sexualidad a lo largo de su vida, que no reprimen, que sienten, pueden también tener acceso a su sexualidad totalmente animal en el parto. Usar este portal como lugar de renacimiento, sentir y vibrar con lo que les sucede. Y estar disponibles para el niño. ¡Qué maravilla! ¡Qué hermoso poder acceder a este momento con esta sabiduría! La sabiduría del propio cuerpo. Por qué allí donde el cuerpo se impone, allí las máscaras casi no aparecen, allí resuena el dolor, el trance, y la mente desaparece.
Hoy cuatro años y medio después del nacimiento de mi hija acepto mi parto, le doy gracias por todo lo que me ha traído. Por cada momento de dolor, de conexión y desconexión. Por cada sonido del monitor sonando (ay ese sonido que me pone la piel de gallina aún hoy), por cada grito sintiendo el dolor en la mitad de mi cuerpo, por cada mirada compasiva de mi marido, por cada momento de lucidez para decir ¡para!, por cada momento de profunda conexión con la pequeña para decirle: “Adelante, ven, te esperamos, ábrete al mundo que aquí te amaremos”
Y así con mi prostaglandina, mi antibiótico, mi oxitocina, finalmente mi epidural después de 18 hs de contracciones, con mi momento de retomar fuerzas y dormir, con el expulsivo sagrado de 15 minutos, y con mi hija saliendo como una flor de mis entrañas…
Así, agradezco todo lo vivido, lo sentido, lo vibrado.
Gracias por esta muerte, que hoy es vida y transformación.
Andrea Díaz Alderete
Consciencia Madre